La joven Romina Sosa, lucha con lo poco que tiene a la espera de un donante para el ansiado transplante. Ya pasaron tres años y el tiempo no perdona…
En una casita humilde, de un barrio que quizá no alcanza a tener un sentido de pertenencia como tal, por más que los vecinos dubitativamente sostienen que es Malvín Norte-Carrasco, vive Romina Sosa de 16 años junto a tres hermanos y sus padres. Una familia como tantas, inmersas dentro de un contexto socioeconómico bajo, pero a la vez y sin que signifique una paradoja es diferente a otras, por una razón especial, específica y desesperada. Es que Romina espera desde hace más de tres años un transplante de corazón, en una carrera que se presenta sumamente despareja, entre el optimismo de una adolescente con sueños en suspenso y la fe de una familia que poco puede hacer al respecto, y el tiempo, que inexorable acota las esperanzas de una jovencita, que está en las manos de la ciencia y de Dios.
Romina nació con una cardiopatía congénita compleja grave, que se la detectan a pocas horas de nacida y con tal gravedad que los doctores se animaron a señalar que “la bebé no pasaba la noche” según cuenta su madre Verónica Leal, recordando el origen “de una odisea que lleva muchos años”.
La primera intervención
Según la madre los médicos le dijeron que con este tipo de cardiopatía nacía una en mil y además nunca se había hecho una intervención quirúrgica de este tipo en nuestro país. Se realizaban en Estados Unidos, “por lo que quedaron de contactarse con médicos de ese país para que viajaran lo más pronto posible a Uruguay. En tanto, me iban preparando para lo peor, porque era cuestión de horas, me dijeron. Pero en vista de que la situación se agravaba, deciden arriesgar y operarla. Me contaron que iban a llamar a los médicos estadounidenses y vía telefónica, hacer el procedimiento en el Hospital Italiano”.
Pese a los presagios Romina salió bien de esa intervención quirúrgica, pero a los siete meses volvió al quirófano. “Romina nació sin la válvula pulmonar, ventrículo único, vasos sanguíneos traspuestos, corazón a la derecha… Así que a los siete meses la vuelven a intervenir y empezaron -para que se entienda- a ‘armarle’ la válvula pulmonar”.
El posoperatorio fue crítico, “pero las ganas de vivir, según los médicos, había sido y es, fundamental hasta hoy para sobreponerse a esas fechas límites que ellos mismos marcaban”, dice la madre de la jovencita que escucha asistiendo cada tanto lo que su progenitora va contándonos.
A los dos años otra pasada por el quirófano “había que operarla para terminar de corregir la válvula y otra vez, que me preparara porque estaba dentro de las posibilidades que Romina no pasara la noche”.
Las ganas enormes de vivir
Sus ganas de vivir afloraron una vez más pero, como una dramática novela, el destino le marcaba un guion con otro capítulo triste.
Su madre cuenta que pocas horas antes de irse de alta, después de casi dos meses de internación, su hija “sufrió una embolia cerebral con retroceso, quedó con parálisis parcial de mano y pierna derecha, pero además los doctores me dijeron que en la adolescencia no descartaban que Romina necesitara un transplante cardíaco, ‘porque ella se desarrollaría pero no su corazón’”.
Pero además, a partir de los 10 años tras un cateterismo descubren que la chica “tenía fístulas en el pulmón y según me explicaron, como tiene una fisura en la válvula que recompusieron, ingresa sangre al pulmón por lo que requiere que este permanentemente conectada a una mochila de oxígeno”. La mochila hoy es parte de ella y la lleva a todos lados, sin embargo es difícil poder trasladarse porque como consecuencia de su precaria condición de salud, camina una cuadra y termina agotada.
Situación familiar difícil
Romina en la charla interviene y se entusiasma al hablar bajo y pausado de la posibilidad de encontrar un donante pero no es fácil, como no ha sido fácil el camino hasta acá. La propia Verónica Leal dice que ella ha debido dejar de trabajar para estar al lado de su hija en forma permanente y su esposo José Luis ya no puede trabajar regularmente debido a que hace cinco años sufrió un traumatismo craneal en la construcción y quedó en calidad de discapacitado por lo que cobra una pensión. “Pero eso no da por lo tanto debe salir a hacer changas, lo que sea”, dice Verónica quien además cuida de Diego, Matías y Mateo, otros tres hijos menores que Romina.
Desde el 26 de abril de 2010 están a la espera de un transplante de corazón y por más que los médicos le aseguraron a Verónica, que su hija figura primera en esa lista, “mientras no aparezca un donante, Romina cualquier día puede amanecer muerta” sostiene bajando la voz casi en susurro y sus ojos se humedecen dando por terminada la charla.
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