VIOLENCIA DOMÉSTICA
Una red de 90 vecinos ayuda desinteresadamente a mujeres que son víctimas de violencia familiar

Los autos que transitan por la ruta 8 generan los pocos ruidos que se escuchan un sábado a las 2 de la mañana en Barros Blancos. Cuanto más lejos se está de la carretera, más se apagan los sonidos. Lo mismo pasa con las luces. El ladrido de un solo perro rompe con la estabilidad de la calle Yaguarí. Fuera de eso, parecería que es un barrio completamente dormido. Pero en la casa de Stella Novarese, a pocas cuadras de donde el perro ladró por última vez, es probable que uno de sus dos celulares suene. Y aunque tenga sueño, y aunque no tenga ganas de salir en medio de la noche, y aunque su pareja ponga mala cara, tendrá que atender. “¿Y si esta vez la mata?”, se pregunta cada vez que duda si contestar la llamada.
Novarese conoce cada detalle de Barros Blancos, porque es el lugar donde pasó toda su vida. Aunque le llevó 36 años conocer la cara más oscura. El año 2005 fue el primero en que se topó con casos de violencia doméstica, cuando el gobierno empezó a relevar datos de quiénes podrían acceder al recién estrenado Plan de Emergencia.
El alcalde local, Napoleón Da Roza, tiene la sensación de que su municipio hace que Canelones lidere el ranking uruguayo en cantidad de denuncias y de muertes por violencia doméstica. Reafirma su versión cuando asegura que es el tema cantado en las Mesas de convivencia y seguridad ciudadana que se celebran dos veces al año y en las que participan las organizaciones sociales, los vecinos, la Intendencia de Canelones y la Policía.
Lo mismo cree Novarese. “Ostentamos el tristemente célebre primer lugar”, dice en forma de reclamo. Aunque eso es difícil de medir. El termómetro indica que los casos son muchos, pero la realidad es que hasta el momento no se existe una investigación que lo avale.
En 2013, el Ministerio del Interior registró 26.128 denuncias en todo el país, de las cuales 413 procedían de la seccional 25, ubicada en Barros Blancos, según los datos de Margarita Thove, integrante de la división de Estadísticas y Análisis estratégico del ministerio.
En los primeros cinco meses del año, las denuncias que se han registrado en esa seccional fueron 174, es decir, el 1,8% de las que se hicieron en todas las comisarías del país.
Pero los casos son más. En 2013, el Ministerio del Interior instaló en Pando una oficina de violencia doméstica. Desde entonces muchas de las mujeres que se acercan a la comisaría local son derivadas a la nueva dependencia. A siete kilómetros de distancia. Allí se lleva la cuenta de las denuncias que provienen no solo de Barros Blancos, sino también las de los pueblos aledaños. Las cifras de Barros Blancos se pierden en el montón.
Sin cédula
Novarese recuerda a una mujer que tenía la cédula vencida desde hacía 15 años. “Mi marido dice que para qué la quiero”, le habría respondido la mujer ante la pregunta de Novarese de por qué no la había renovado en tanto tiempo. En ese momento Stella era referente barrial para las trabajadoras del Plan de Emergencia y ayudaba a encontrar a las posibles beneficiarias. La cédula vencida fue para la mujer el germen de lo que luego se transformó en insultos y golpes. Ese fue el primer caso que conoció Novarese. Y del que no se olvida.
Por qué Barros Blancos. El termómetro de Stella le hace pensar que alguna relación hay con el hecho de que en Toledo, cerca de Barros Blancos, se encuentra el Batallón 14 de Infantería Paracaidista del Ejército Nacional, y hace que haya más militares que en esas zonas. Pero son presunciones.
No hay una investigación que lo confirme, aunque su teoría no es descabellada. La doctora en Ciencias Sociales y vocera de la Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual, Teresa Herrera, explica que son varios los estudios elaborados en otros países que indican que en los lugares donde hay más policías o militares aparecen más casos de violencia doméstica. “Tanto dentro de las fuerzas militares como de las fuerzas policiales, los porcentajes de violencia doméstica son siempre más altos”, comenta.
También se adhieren a esta teoría Adriana Fontán, integrante del departamento de Violencia Doméstica del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), y Jenny Escobar, coordinadora del colectivo Mujeres de Negro.
Sin embargo, Yamandú Lesa, vocero del Ejército, no cree en ese vínculo entre militares y violencia doméstica. “No escapamos a los porcentajes que se deben dar en cualquier corte transversal de la sociedad. En Barros Blancos vive mucho personal militar, por eso el porcentaje de militares a los que le puede pasar puede ser que sea mayor”, explica.
La sensación térmica, sin embargo, puede fallar. Las denuncias no miden el fenómeno de forma completa. Para Herrera, hay departamentos en donde la Red conoce más casos de los que se terminan registrando en las comisarías.
“Siempre estamos hablando de presunciones, lo vemos en la casuística, pero no tenemos datos”, comenta Fontán sobre la situación de violencia doméstica del país. Este año, el INE en conjunto con Inmujeres presentará la primera encuesta nacional de prevalencia.
Pero por ahora faltan datos, el tiempo pasa, y las víctimas siguen apareciendo. Semana a semana, el celular de Novarese vuelve a sonar: es otra mujer que pide ayuda.
Atentos al celular
Ante la falta de respuestas, los vecinos de Barros Blancos salieron a dar una mano. Unas 80 mujeres y 10 hombres forman parte de una red anónima que busca contactar a las víctimas, para ofrecerles refugio y ayudarlas a salir de su situación. En total son 180 manos que trabajan de forma desinteresada.
Novarese es una de las caras visibles de la red, y por tanto es ella una de las que recibe más llamadas de mujeres que quieren irse de su casa. Los sábados y domingos en la noche son los momentos más habituales. Al enterarse de un nuevo caso, se contacta con otros vecinos de la red, para saber quién de ellos estará disponible para ofrecer un lugar a la víctima durante la noche. Al día siguiente, otra persona anónima acompañará a la mujer a hacer la denuncia a la comisaría.
La bandera que lleva Novarese es difícil de sostener puertas adentro. Después de todo, son desconocidas que pasan la noche en su casa, en donde también viven su pareja y sus cuatro hijos. “Ellos lo han padecido mucho y me critican”, cuenta.
“¿Mamá, de dónde sacaste a esa mujer? ¿Lo tenés que hacer? ¿Es tu trabajo? ¿Alguien te paga por esto?”, son los reproches de sus hijos. Para las últimas tres preguntas, la respuesta es siempre negativa.
En la Nochebuena de 2012, Stella había comenzado a celebrar temprano. A eso de las 17 horas, el teléfono de la violencia sonó: “Una emergencia”. La presión en ese momento fue doble. “¿Qué hago con esta mujer? A mi casa no me la puedo llevar porque me matan”, recuerda. Tuvo que ausentarse por varias horas hasta que encontró dónde pasaría las fiestas la víctima y sus hijos.
El miedo es el responsable de que Novarese actúe así. No el miedo a los hombres golpeadores, porque “el que le pega a las mujeres es un cobarde”, afirma con la mirada fija y sin pestañar. No tiene miedo a caminar por la calle y que la acusen de desarmar familias. A eso no. No tiene miedo a las represalias. El miedo es a la muerte. A que cuando el teléfono suene el próximo fin de semana, ella no tenga ganas de atender. “¿Pero si justo? ¿Y si le pasa? ¿Y si esta vez sí?”, son las preguntas que la impulsan a hacerse cargo del problema.
El trabajo desinteresado de Stella y de los 89 vecinos anónimos de Barros Blancos es contagioso. En julio de 2013, aparecieron 128 empresas que también quisieron colaborar contra la violencia. Sin revelar sus nombres, sus representantes se comprometieron a brindar los materiales y mano de obra para construir un centro 24 horas donde alojar a las mujeres que quieran escapar de los golpeadores.
El refugio contará con psicólogos, asistentes, e incluso una guardería donde dejar a los niños. El terreno lo proporcionará la Intendencia de Canelones y los profesionales el Ministerio de Desarrollo Social. Pero hace seis meses que el proyecto está trancado en la Intendencia, a la espera de que se definan los planos.
El centro sería un alivio para la red anónima y las 180 manos de Barros Blancos dejarían de tener sentido. Pero Novarese cree que el grupo podrá seguir colaborando.
“Mi trabajo no es ahí”, advierte en referencia al futuro refugio. Ella no se ve en otra cosa que no sea trabajando cara a cara con las víctimas. Lo piensa un poco más, y luego comparte su reflexión: “No sé en qué momento me lo tomé como una bandera, pero no entiendo mi vida sin esto. El día que deje de trabajar en violencia doméstica, creo que me muero”.
http://www.elobservador.com.uy/noticia/282073/las-180-manos-de-barros-blancos/
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