Allen Frances es uno de los psiquiatras más prestigiosos de Estados Unidos, su último libro critica ferozmente la psiquiatrización de la vida. Frances reconoce que tiene algunos problemas. «Soy olvidadizo, despistado, a veces como compulsivamente…» Pero entre sus haberes está el entrenar cada día su mente y su cuerpo («se me da genial el ejercicio físico»).

Quizás por eso nunca ha necesitado medicación para esas alteraciones y también porque, como dice, tiene muy presente que están directamente relacionadas con la cotidianidad del ser humano.
Frances lleva décadas dedicado a su profesión: la Psiquiatría. Desde 1980 estuvo involucrado en la preparación del DSM, el manual estadounidense donde se recogen los diagnósticos de las enfermedades mentales.
Colaboró en su tercera edición y dirigió la cuarta y, aunque en las últimas décadas ha ido marcando las pautas para psiquiatras de todo el mundo, fue la quinta edición -en la que él no estuvo presente- la más criticada y la que más controversia generó, ya que se quisieron categorizar como enfermedades problemas que para muchos expertos no eran una enfermedad real.
Gracias al debate generado en torno a este manual, su desarrollo se modificó y eliminó los diagnósticos más controvertidos como la adicción al sexo. Sin embargo, algunas patologías recogidas en esta última versión siguen estando en el punto de mira de muchos especialistas que sostienen que sólo van a contribuir a psiquiatrizar más la sociedad.
Frances al presentar su libro “¿Somos todos enfermos mentales?”, se manifiesto contra los abusos de la Psiquiatría, según el DSM V, «yo tendría un trastorno neurocognitivo menor, porque a medida que me voy haciendo mayor se me olvidan las caras, los nombres y dónde estacioné el coche. Pero aun así, consigo funcionar.
También tendría el síndrome de atracones, porque se me da fatal la dieta y como todo lo que veo. Cuando mi mujer murió, habría sufrido el síndrome del trastorno depresivo grave, por la tristeza que sentí. Mis nietos padecerían un trastorno de desregulación del humor y déficit de atención.
Y la lista podría seguir. Las definiciones de los diagnósticos eran ya de por sí demasiado amplias en el DSM IV y con el quinto se puede llegar a una vida cada vez más medicalizada, y eso incluye la receta médica de pastillas».
Este psiquiatra no sólo cuestiona la última edición del manual de Psiquiatría, sino que también hace autocrítica con lo realizado en las que él participó. «En la cuarta edición hicimos un esfuerzo para ser conservadores y reducir la tendencia del hiperdiagnóstico.
Rechazamos 92 de 94 sugerencias para nuevos diagnósticos. Pero las dos que incluimos, el síndrome de Asperger y el trastorno bipolar II (una forma más leve de este trastorno) resultaron en falsas epidemias y fueron los ejemplos más claros de un error.
Lo que deberíamos haber hecho es, además de ser conservadores, luchar contra definiciones demasiado amplias. Empiezas pensando que vas a diagnosticar a un grupo de personas, pero al poco tiempo estamos todos diagnosticados. En la propia tendencia del diagnóstico está la expansión y el medicar la vida diaria».
Ejemplos de este sobre diagnóstico hay muchos. En su libro, Frances menciona, entre otros datos, que la inclusión del síndrome de Asperger en el DSM IV derivó que en 20 años se haya multiplicado por 40 el número de diagnósticos en EEUU.
Detrás de ese abuso terapéutico hay varios factores, según este experto, entre los que destaca el lobby de las farmacéuticas. «La industria hace todo lo que puede para convencer a todo el mundo de que están enfermos y que necesitan fármacos.
Gastan miles de millones de dólares en marketing de los medicamentos, publicidad que en EEUU también va dirigida a los pacientes. La intervención más poderosa para luchar contra el sobre diagnóstico y sobre tratamiento sería parar en seco el marketing de las farmacéuticas. Eso es lo que funcionó, para las grandes empresas de tabaco, que eran igualmente de poderosas hace 25 años».
Frances tampoco obvia la responsabilidad de la sociedad, pues considera que la información es un arma poderosa frente a la presión farmacéutica. «Necesitamos reeducar a los médicos y al público; decirles que la medicación genera daños, no sólo beneficios, de que no todo problema humano viene de un desequilibrio químico, que la tristeza no se debe tratar, que el diagnóstico psiquiátrico es difícil de hacer y que se tarda mucho tiempo para ello y, en muchas ocasiones, varias visitas con el paciente.
Algunos de los problemas vienen de los propios ciudadanos que, de entrada, piden pastillas. La gente debe aprender que los fármacos pueden ser peligrosos para ellos y para sus hijos. Sólo en raras ocasiones tomarse un medicamento es la mejor solución.
Ahora en EEUU los fármacos recetados matan más por sobredosis que las drogas de la calle. Se causan más muertes con las farmacéuticas que con los cárteles de la droga».
Igual de contundente se muestra otro médico, el internista danés Peter Gøtzsche, director del Nordic Cochrane Center -un centro dedicado a evaluar la evidencia científica de tratamientos médicos- y autor del libro llamado “Medicamentos que matan y crimen organizado”.
En este manual denuncia que el consumo de medicamentos prescritos es ya la tercera causa de muerte a nivel mundial, después de las enfermedades cardiacas o el cáncer. No se informa de sus efectos y se magnifican sus beneficios.
«Algunos medicamentos, como los antidepresivos, tienen una eficacia similar a la del placebo [sustancia inactiva]», señaló el médico danés.
Porque, como insiste Frances, «si la gente entendiera el efecto placebo tendría menos fe en las pastillas. La mayoría de las personas acuden al médico en el peor día de su vida. Cuando salen de allí con una pastilla van a mejorar pero, si la visita termina sin pastilla, también mejorarán, porque sus propios mecanismos de defensa les ayudarán a ello.
La tasa de respuesta positiva ante el placebo es mayor del 50% y la de los fármacos es del 65%. Muy poca gente se beneficia del fármaco, pero todo el mundo que se lo toma sufrirá sus efectos secundarios. Las personas exageran el beneficio porque no piensan en el efecto placebo ni en los daños de los fármacos.
Un público bien informado es lo mejor contra el sobre diagnóstico y el abuso terapéutico. Y la mejor manera de proteger a los niños».
Muchas personas no pasan más allá de la consulta del médico de Atención Primaria. Allí reciben un diagnóstico y de allí salen con una receta que, según Frances, que en muchas ocasiones es errónea.
Como ejemplo están las prescripciones de antidepresivos. Se dan para depresiones leves en las que no están indicados, porque en éstas lo que mejor funciona es la psicoterapia. El 80% de estos fármacos son recetados por el médico de cabecera en EEUU.
Frances y Gøtzsche sostienen que «no hay ninguna prueba biológica que se pueda hacer para diagnosticar un problema mental. No existe un límite trazado por una línea clara”.
Desde la inclusión del trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en el DSM la incidencia de esta enfermedad se ha triplicado en EEUU. Como explica este psiquiatra en su libro, «gran parte del incremento de casos de TDAH es el resultado de falsos positivos en niños a los que les iría mucho mejor sin ser diagnosticados».
E insiste «Nos estamos gastando en EEUU unos 10.000 millones de dólares al año en fármacos para el TDAH, para tratar a muchos niños que realmente no tienen ese problema y que están teniendo dificultades por culpa de aulas caóticas. Al empequeñecerse los presupuestos para educación, se quitó de en medio en muchos colegios a los profesores de gimnasia. Es mejor gastarse el dinero en colegios que mal diagnosticar a los niños y tratarles con medicinas caras».
Montevideo. Uruguay
UNoticias
Fuente: El Mundo
MC
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