BASURA REUTILIZADA
La primera planta de clasificación de residuos todavía no concretó ninguna venta por el bajo volumen de materiales depositados por la población
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El proceso es muy simple: un camión lleva los materiales reciclables y los deja en una plataforma donde se realiza una primera preclasificación; luego se colocan en una cinta transportadora para separarlos por bolsones. Más tarde se pesan y se enfardan. Todo se realiza bajo techo y en dos horarios: de 6 a 13 y de 13 a 20.
Esto es toda una novedad para los trabajadores de las plantas de clasificado de la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM) en el marco de la ley de Envases nº 17.849. Muchos se desempeñaban de manera informal en cooperativas y en la calle. Ahora ganan un sueldo y aportan al Banco de Previsión Social.
En la planta del barrio La Paloma trabajan 28 personas (12 mujeres y 16 hombres); en la nueva instalación en Chacarita de los Padres, llamada Géminis, fueron empleados 40 exclasificadores callejeros. En total, la IMM prevé emplear a 132 personas en cuatro plantas.
A La Paloma llegan los residuos originados en los municipios A (Paso de la Arena a Pueblo Victoria) y B (Ciudad Vieja a Cordón); mientras que Chacarita de los Padres es el destino de los envases de los municipios E (La Blanqueada a Unión) y F (Manga a Bella Italia). Pero el principal problema es la cantidad.
La materia prima proviene de dos instancias que se basan de la buena voluntad del vecino: la precalificación domiciliaria y llevar la bolsa con los vidrios, plásticos, cartones, nailon y latas a cualquiera de los 500 contenedores de plástico de tapa naranja ubicados en los supermercados de su barrio.
Los trabajadores preferirían no depender de los residuos domiciliarios y sí recibir el descarte de escuelas, supermercados, panaderías y otros comercios, puesto que se trataría de volúmenes mayores y, según Claudio Viera, coordinador de operación del turno matutino de La Paloma, perteneciente a la ONG Solidaridad, “ahí se podría ver la diferencia”; pero, contrario a su deseo, ellos “ya tienen su mercado”.
Con más material se puede acceder a mejores precios. Los trabajadores de La Paloma pueden percibir $ 2 por cada kilo de cartón suelto, o $ 3 por cada kilo en depósitos pequeños o medianos. Pero podrían ganar hasta $ 5 si tuvieran el volumen suficiente para venderle a un depósito mayor.
Un fardo pesa entre 90 y 110 kilos. Esto significa que hoy ganan $ 330 cuando podrían alcanzar los $ 550, es decir, 66% más. Otros precios que manejan los trabajadores son $ 8 por cada kilo de papel blanco y $ 7 por cada kilo de botellas de plástico. Un fardo de botellas ronda los 70 kilos.
El mejor negocio sería vender cobre a $ 100 el kilo pero no se tiene la forma de procesarlo en la planta. Hoy se acumulan parte de motores, bobinas y cables que solo se pueden vender como chatarra. Muchos trabajadores se dedicaban a la venta informal de este metal antes de ingresar a la ONG Solidaridad.
El director de Desarrollo Ambiental de la IMM, Juan Canessa, explicó a El Observador que en breve se difundirá una campaña para fomentar la clasificación en el hogar y divulgar la ubicación de los puntos de entrega voluntaria. “Falta machacar un poco más”, dijo.
Todavía falta
La IMM había prometido un ingreso de aproximadamente $ 18 mil en la mano. El salario se compone de un salario mínimo nacional −aportado por la Cámara de Industrias del Uruguay− más un porcentaje de lo procesado por la planta. No obstante, Viera dijo a El Observador que todavía no cobraron más de $ 8.000 porque aún no se concretó ninguna venta. Para hacerlo se necesita más volumen de material reciclable. Mientras eso no sucede, los trabajadores tienen la sensación de que será “imposible” alcanzar esa cifra.
El director de Desarrollo Ambiental explicó que la carga no es un impedimento. “Recibimos un montón de llamados de empresas que quieren comprar”, aclaró.
En su opinión, el obstáculo es que todavía no se ha creado un fideicomiso que atenderá desde la planilla de funcionarios hasta la concreción de las ventas y es el que completará el salario. “En el interior, los trabajadores son los que venden. Si hacíamos eso era repetir lo mismo que hasta ahora”, agregó.
Mientras que los trabajadores no ganan el dinero prometido, muchos continúan clasificando en sus hogares, sin romper del todo el vínculo con la informalidad.
Actualmente, la planta de La Paloma procesa un camión por turno. Si el material llega con pocos residuos orgánicos entreverados, la carga se puede clasificar en tres horas. La capacidad operativa es suficiente para recibir seis camiones diarios y separar y enfardar 25 toneladas semanales. “Hoy llegamos a los 700 kilos por turno”, comentó.
Viera indicó que el camión de la mañana siempre es el más sucio. “Trae mucha comida y yerba. Complica y ensucia”, afirmó. Los papeles manchados, por ejemplo, pueden ser reutilizados pero “no se les puede dar un plus”. Pero se han encontrado cosas peores: desperdicios de carnicerías, residuos hospitalarios y animales muertos.
También llegan objetos que rompen la cinta transportadora, o telas y cueros que no sirven para el reciclaje. Muchas veces solo pueden rescatar 400 kilos de un camión que les deja 2.000 kilos; incluso, una vez, tuvieron que descartar 1.800 kilos. “La gente no tiene conciencia”, expresó. Canessa, por su parte, indicó que todavía falta capacitación para saber qué se puede aprovechar.