Ser “tachero” está considerado uno de los trabajos más estresantes, al punto que trae serias consecuencias de todo tipo.
Hay una infinidad de actividades laborales en el mundo que son tildadas de estresantes, muchas de ellas aparejadas con el rótulo de desagradables. Otras pese a ser calificadas como estresantes están compensadas por un buen salario, pero asimismo existen muchas otras actividades laborales, muy estresantes, en las cuales para obtener un salario digno, el trabajador debe ocupar muchas horas.

Ese es el oficio de taximetrista, en cualquier parte del mundo. En algunos países con más riesgo que en otros, con mejores condiciones y hasta con mejores recursos, pero cuyo denominador común es el estrés que causa estar tantas horas arriba del vehículo.
De hecho la consultora de trabajo estadounidense CareerCast elabora anualmente un ranking de los trabajos más estresantes y los taximetristas, desde hace varios años, no se bajan de los 10 primeros, ocupando muchas veces ese “vicecampeonato”, tan desagradable.
El trabajo de un taxista, lleva además hoy una carga de inseguridad no solo ante la creciente violencia, sino por los accidentes, producidos muchas veces por el agotamiento físico de los tacheros.
La gran mayoría de ellos deben dedicarle muchas horas (12 horas como mínimo) a esta actividad para poder sacar un salario acorde, lo que lleva a situaciones de estrés, que superan por ejemplo según la encuesta internacional, a actividades como policías, guarda cárceles, personal militar, inspectores de tránsito.
La propia Organización Mundial de la Salud, por su parte sostiene que el salario en sí mismo constituye ya un factor para que un trabajo sea estresante. Y las consecuencias del estrés son diversas, pasando por problemas psicológicos, tensión emocional, desafectación con la familia y trastornos físicos que generan “historias de vida” crueles, desgarradoras, dramáticas y lamentables.
Una historia de vida cruel y dramática
De ellas rescatamos una, la de un hombre que dedicó su vida al taxi, profesión que heredó de su padre, que murió a consecuencia de un accidente vascular, lo mismo que a él lo dejó en una sillas de ruedas.
Luis Morales desde hace casi tres años dejó de trabajar a consecuencia de una hemiplejia, situación que lo empujó paulatinamente a una precaria condición física lo que obliga hoy a una dependencia para moverse. Pero al mismo tiempo, le ocasionó una dramática situación emocional, que lo llevó a una depresión crónica por no contar con un sustento económico “normal”.
Morales fue taximetrista durante 33 años, tachero desde siempre, por lo que abrazó esa actividad laboral desde muy joven sentándose al volante apenas cumplió la mayoría de edad. Fueron años de trajinar, de meter horas, intentando cambiar la cara del “trompa” (patrón) al entregar porque no hacía el dinero pensado. Pero Morales lo llevó a ciertos extremos, como trabajar 18 horas o más por día, lo que fue desgastando la relación matrimonial hasta producirse inevitablemente la separación, pese a los 27 años de convivencia.
“Era un hecho, tantas horas de laburo arriba del tacho que llevó a un desgaste en la pareja. Por suerte no tuvimos hijos, lo que hoy agradezco porque hubiera sido dramático…”, dice cargando su voz de rabia al contárselo a LA REPÚBLICA, refiriéndose a su esposa aunque no viene al caso abundar en detalles. El contacto con su cónyuge se da ocasionalmente cuando ella viene a ver a la madre, porque Morales vive solo con su suegra, que tiene 82 años, “somos como madre e hijo.
Si no fuera por ella hoy no sé que sería de mí”, dice. Tiene dos hermanas más que viven en el exterior, pero “no tengo buena onda con ellas”, agrega.
Morales además acarrea un problema cardíaco desde muy joven, por lo que reconoce que la situación económica sumada al problema de pareja, lo llevó a una clínica tras una descompensación.
El comienzo del fin
“Entré caminando a la sociedad médica por un problema cardíaco. Pero no pudo hacerse el cateterismo y quedé internado. A partir de ahí todo lo que pasó después fue dramático para mí, hasta terminar en esta silla de ruedas”.
Morales está convencido que su actual situación, la generó la actividad laboral que realizaba y desafía a preguntar a otros colegas tacheros. Lo hicimos: preguntamos a diez colegas suyos al azar en una parada céntrica y todos coinciden en lo “estresante” pero fundamentalmente “lo peligroso que está la calle hoy”.
De sus compañeros de la cooperativa de taxis, guarda un recuerdo ambigüo que va desde la gratitud hasta la molestia en una fracción de segundo. Y cuenta que cuando sufrió el accidente los primeros meses “venían bastante seguido, después se fueron alejando”.
Los compañeros incluso pagaron una clínica para que Morales se fuera recuperando, el sindicato hizo su parte y también lo apoyó durante mucho tiempo. Pero la vida de este ex tachero es cada vez más complicada. “Hoy sueño con mi viejo y me despierto llorando muchas veces”, pero es una situación que no puede abordar porque “no tengo plata para pagar un psicólogo. Me tengo que aguantar y seguir luchando, pero a veces es muy difícil y pienso cualquier cosa…”, dice, y se queda en silencio…
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